Raùl Chaves M.

Profesor de

Artes Plásticas y Visuales

y Estudios Culturales

Alajuela

Costa Rica

Tel: 8817 - 05 -45

 

 

Elementos Visuales de la Ciudad

La Ciudad: un espacio de encuentro*

 

La ciudad es un espacio de encuentro. Es mucho más que la suma estadística de sus habitantes.

 

El ser humano encuentra en la ciudad ese excedente de experiencias que le hacen preferir vivir en comunidad que en el aislamiento.

 

Si consideramos el impacto visual que una ciudad produce a quienes en ella residen, o a los que la visitan, su visión puede llegar a sorprendernos, incluso a asombrarnos.

 

Es necesario considerar que los parques, bulevares y edificios han sido construidos y agrupados de tal forma que se pueda andar y pasear entre ellos. Si en nuestro recorrido nos detenemos a contemplar un templo en sí mismo, por separado, comprobaremos que todas sus cualidades: tamaño, color, motivos ornamentales, nos parecerán más claras y evidentes. Pero si vemos a esa misma iglesia como fondo de casas de menor tamaño, nos daremos cuenta de que se ha hecho más real, más obvio, precisamente por la comparación que establecemos entre las dos escalas de tamaño, en realidad, en las ciudades existe un arte de la relación, del mismo modo que existe un arte de la arquitectura.

 

 

Para una ciudad, su ambiente, sus espacios, sus circunstancias, constituyen un auténtico acontecimiento dramático. Consideremos solamente la cantidad de gente que interviene en su creación y en su mantenimiento, todos ellos deben cooperar en transformar múltiples factores en una organización viable en la que se pueda vivir y trabajar. Es, de hecho, una empresa humana de gran alcance. Y, no obstante… si, al término de todo ello, la ciudad nos parece deslucida, empañada, insignificante, sin interés y sin alma, todos esos esfuerzos, trabajos y sinsabores, habrán sido vanos, puesto que la ciudad no se habrá logrado plenamente. Se habrá fracasado.

 

En nuestro traslado como espectadores, cuando atravesamos la ciudad, deberíamos preocuparnos de la facultad de ver, porque es precisamente por medio de la vista por la que podemos formarnos una idea del conjunto. De hecho, la visión resulta no solamente útil, sino que, además, tiene la virtud de evocar nuestros recuerdos y experiencias, todas aquellas emociones íntimas que tienen el poder de despertar la creatividad en nuestra mente en cuanto se manifiestan.

 

La mente humana reacciona ante los contrastes, ante las diferencias, la ciudad adquiere vida a causa del drama de la yuxtaposición. Si no es así, la ciudad pasa por delante de nuestros ojos sin adquirir rasgos característicos, como inerte, constituyendo una visión rutinaria, hasta que algún evento o cambio inesperado nos devuelvan la capacidad de asombro sobre esos espacios que no observamos por parecernos comunes e

insignificantes.

 

Si analizamos la construcción de una ciudad: su color, escala, estilo, carácter, personalidad y unicidad, damos por sentado que la mayoría de las ciudades son de fundación remota, su forma de estar construidas evidencia la presencia de distintos periodos arquitectónicos, así como también la intervención, en su edificación, de diferentes equipos constructores. En muchos casos, esa mezcla de estilos, materiales y proporciones constituye su encanto, es parte de su diversidad.

 

Sin embargo, nuestras ciudades han cambiado a un ritmo demasiado acelerado, y existe en el fondo de nuestras mentes la sensación de que podríamos hacer desaparecer dicha mezcla y volverlo a hacer de nuevo, más adecuado y perfecto. El hombre contemporáneo “choca” con lo que le rodea: con lo que no le es familiar, con lo que le repugna, y, según la idiosincrasia de cada uno, con lo que es feo y fastidioso. La causa reside en la rapidez con que se ha producido el cambio que ha irrumpido la comunicación normal entre la planificación y lo planeado. La lista es de sobra conocida: más gente, más edificios, más vehículos, más posibilidades de diversión, comunicaciones más rápidas y extravagantes métodos de construcción.

 

 

La rapidez del cambio impide a los organizadores del paisaje urbano afirmarse en su quehacer y aprender por experiencia la forma de humanizar la materia prima que se halla a su disposición. Consecuencia: el paisaje urbano está mal digerido, y esta es parte de nuestra realidad.

 

Ante tal situación, nuestra sensibilidad visual se ha visto disminuida, y es posible que cada vez dediquemos menos tiempo para apreciar ese espacio que llamamos ciudad. Es necesario volver hacia ella nuestra mirada, tomar conciencia de su existencia, para dejarnos asombrar y emocionar. Solo de esta manera podremos actuar sobre ella, cuidarla y mejorarla, no debemos olvidar que una ciudad es el espejo de los ciudadanos que en ella residen.

 

 

 

 

*Anotaciones basadas en el libro "El Paisaje Urbano. Tratado de estética urbanística" de Gordon Cullen. (1978)